Cualquier despistado pensaría que el ser humano se está adentrando a pie firme en el siglo XXI. Pero nada más incierto, amigos, porque ésta es la época del año donde aparecen las más crudas supersticiones que desnudan la fragilidad del raciocinio general:
me refiero a los truquitos de Año Nuevo.
¿En qué consisten? En toda una larga serie de costumbres irracionales, que harían palidecer de verguenza a los hombres de Neandertal si pudieran verlas.
¿Y para qué sirven? Supuestamente, para asegurarle a quien las realiza un año con muchos viajes, sexo fabuloso, buena suerte, dinero en cantidad y un montón de cosas más.
No pretendo analizar aquí la lista completa de truquitos de Año Nuevo, porque sería absolutamente imposible. Por un lado, su número ha venido creciendo en forma exponencial. Y por otra parte,
año a año se van sumando los de otras latitudes.
Por ejemplo, supongamos que algún alma inocente navega por Internet y descubre que la principal costumbre de fin de año en Monrovia es tomar una
sopa de escrotos de reno cuando dan las doce campanadas, para asegurarse buena fortuna a futuro.
¿Cuánto creen ustedes que demoraría en diseminarse el curioso dato en Montevideo? NADA.
Entre las redes sociales, los blogs y demás, pronto la gente iría enterándose del asunto.
¿Y cuánto tardaría en mencionarlo Traverso en el noticiero, con esa cara tan expresiva que lo caracteriza?
¿O alguno de los programas mañaneros de TV, desesperados por rellenar minutos con todo lo que encuentran por ahí?
Al poco tiempo, ya el Piñe y Maxi de la Cruz estarían haciendo interminables chistes sobre la bendita sopa. Y Narda Lepes la estaría cocinando en su programa, denlo por hecho.
Por supuesto, no va a faltar algún vivo que se ponga a importar toneladas y toneladas de escrotos de reno. Y los supermercados incluirían la "delicia" en los folletos de ofertas especiales, como si fuera el bacalao o el cazón de Viernes Santo.
Y pronto, muy pronto, el Pelado sería señalado con el dedo por todos sus conocidos,
por negarse a comer el asqueroso preparado, que a esas alturas se habría transformado en costumbre generalizada.
Créanme que ya bastante teníamos con el asunto de las
doce uvas, una por campanada:
Nunca falta alguien que
agarra uvas grandes como ciruelas y se cree que las va a poder ingerir así como así en ese breve lapso. El resultado es conocido:
ambulancias por todos lados, yendo a alta velocidad en un intento de salvar a los energúmenos de turno.
Y por favor, no me hagan hablar de esa bobada de
tirar un balde de agua hacia la calle:
He visto vecinos, incapaces de lavar su vereda por décadas, corriendo desesperados para ser los primeros en echar el famoso balde de agua hacia la calle. Por supuesto, invariablemente le aciertan al primero que pasaba por ahí. Con lo cual, en vez de echar las malas ondas del hogar, ya empiezan con las discusiones vecinales antes que el Año Nuevo se espabile.
Los insultos se suceden con las agresiones y los mamporros, por lo cual
las ambulancias se vuelven a poner en movimiento.
Claro, no olvidemos también el dichoso asunto de
la valija:
Habrase visto: gente grande haciendo el papel del pavo, creyendo que por
dar una vuelta a la manzana llevando una valija, van a poder hacerse los tales viajes por el mundo durante el año que empieza.
Con ese criterio, los políticos uruguayos, valija en mano, deberían dar cincuenta vueltas al Estadio Centenario cada fin de año para justificar su "millaje" habitual.
Pero no importa, no hay nada que haga razonar a la gente. Allá se mandan con la valija. Y el resto de la familia, los espera en la puerta de la casa mientras completan la vuelta.
Al rato, alguno se da cuenta que
media hora para dar una vuelta manzana es demasiado. Y salen a buscar al pariente. Lo encuentran, cómo no, pero bastante magullado: los planchas de turno le dieron una paliza para robarle la valija.
Vuelta a llamar a la ambulancia, que vendrá cuando termine de desatorar los tontos de las uvas y de curar a los idiotas que ligaron algún bollo por tirar un baldazo de agua.
Si a eso le agregamos los papafritas que
juntan veinte petardos y se vuelan unos dedos por pretender encenderlos al mismo tiempo, o los tipos que
jamás toman una copa pero se mandan un litro de whisky esa noche, ya tendrán ustedes un panorama de la irracionalidad que rige en Año Nuevo.
Y eso que no mencioné la costumbre femenina de la ropa interior amarilla para Año Nuevo, que si no...