Cualquiera que me conozca un poco, sabe que desconfío bastante de la publicidad y el marketing.
Entre los múltiples males de la sociedad moderna (o posmoderna, si gustan), el hecho de que casi todo se valore por su imagen no es uno de los menores.
Se hace mucho hincapié en el individuo y en su supuesta libertad de elección, pero después se utilizan descaradamente los mismos recursos para promocionar un candidato a presidente o un suavizante para ropa. Extraña cosa, ¿no es así?
Sin embargo, a veces la publicidad puede lindar con el arte. Veamos, por ejemplo, algunos afiches franceses del siglo XIX que promocionaban de todo un poco: desde los chocolates Menier hasta excursiones a Normandía y Bretaña (e incluso hay uno del archifamoso Moulin Rouge)
Entre los múltiples males de la sociedad moderna (o posmoderna, si gustan), el hecho de que casi todo se valore por su imagen no es uno de los menores.
Se hace mucho hincapié en el individuo y en su supuesta libertad de elección, pero después se utilizan descaradamente los mismos recursos para promocionar un candidato a presidente o un suavizante para ropa. Extraña cosa, ¿no es así?
Sin embargo, a veces la publicidad puede lindar con el arte. Veamos, por ejemplo, algunos afiches franceses del siglo XIX que promocionaban de todo un poco: desde los chocolates Menier hasta excursiones a Normandía y Bretaña (e incluso hay uno del archifamoso Moulin Rouge)
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