jueves, 29 de noviembre de 2007

LOS TIGRES Y LA POESIA



A primera vista, puede parecer inadmisible un vínculo entre los tigres y la poesía.
Pero lo cierto es que estos animales enigmáticos y poderosos han despertado más de una vez la creatividad de los poetas.
Comenzando por un genio como Jorge Luis Borges, quien evocó la imagen del felino en uno de sus poemas, "El oro de los tigres":


El oro de los tigres

Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino
detrás de los barrotes de hierro,
sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
el tigre de fuego de Blake;
después vendrían otros oros,
el metal amoroso que era Zeus,
el anillo que cada nueve noches *
engendra nueve anillos y éstos, nueve,
y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
los otros hermosos colores
y ahora sólo me quedan
la vaga luz, la inextricable sombra
y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
del mito y de la épica,
oh un oro más precioso, tu cabello
que ansían estas manos.


No sería esa la única vez que Borges acudiría a la imagen evocadora del potente animal.

Un segundo poema suyo, "El otro tigre", bucea en profundidad en el significado último de esa imagen metafórica:

El otro tigre

Pienso en un tigre. La penumbra exalta
La vasta Biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
(En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto.)
Y salvará las bárbaras distancias
Y husmeará en el trenzado laberinto
De los olores el olor del alba
Y el olor deleitable del venado;
Entre las rayas del bambú descifro,
Sus rayas y presiento la osatura
Bajo la piel espléndida que vibra.
En vano se interponen los convexos
Mares y los desiertos del planeta;
Desde esta casa de un remoto puerto
De América del Sur, te sigo y sueño,
Oh tigre de las márgenes del Ganges.

Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
Que el tigre vocativo de mi verso
Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
Al tigre de los simbolos he opuesto
El verdadero, el de caliente sangre,
El que diezma la tribu de los búfalos
Y hoy, 3 de agosto del 59,
Alarga en la pradera una pausada
Sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
Y de conjeturar su circunstancia
Lo hace ficción del arte y no criatura
Viviente de las que andan por la tierra.


Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esta aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.

También la poetisa Georgina Herrera supo mostrar un cuadro inefable: la quietud y calma del tigre que descansa en su sueño (¿o es el sueño de la poetisa?):

El tigre y yo, durmiendo juntos

El tigre tuvo sueño,
se echa junto a mí, se duerme
como un regalo inusitado; tiendo
la mano y lo acaricio.
Dichosa es esta mano que se pierde
entre el dibujo de su piel.
El tigre es tibio y manso. Pego
mi oído a su corazón.
Apenas late (...)

Ahora se mueve; vuélvese
al otro lado, no despierta,
pero temo
que el sueño acabe.
No el del tigre, el mío.

Pero a la hora de inmortalizar al tigre en los versos de un poeta, sería el brillante William Blake el que lograría el poema insuperable, inmortal, perfecto en sí mismo:

El tigre

¡Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
Pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué abismos o cielos lejanos
Ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Y qué mano osó ese fuego sujetar? ¿Y que hombro y qué arte
Torció las fibras de tu pecho?
Y al comenzar tu corazón a latir,
¿Qué mano terrible o pie terrible?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En cuál horno tu cerebro?
¿Qué yunque? ¿Qué puño terrible
osó ceñir su terror letal? Cuando los astros arrojaron sus lanzas
Y humedecieron sus lágrimas el cielo,
¿Sonrió al contemplar su obra?
¿Aquel que creó al Cordero, te creó a ti?

Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
Pudo idear tu terrible simetría?



Imposible superar esa cumbre alcanzada por Blake. Así lo manifestaría Eduardo Lizalde en su poema "Otros tigres", dejando en claro que no podía irse más allá, pero también sospechando al fin que todo intento de plasmar en poesía la imagen del tigre, estaba condenada de por sí:

Otros tigres

El tigre ya está ahí
Blake lo sabía.
Se oyen sus pasos fuertes en la grama o la alfombra.
No hay nada que agregarle.
Es más que la literatura.
Su estampa queda grande a toda poética desdicha.
No admite glosa alguna,
no puede ser pintado sino como es,
y no hay fotografía que lo encarcele.
No hay variantes poéticas del tigre.
Sólo tigre es el tigre.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

JAIMEKEN:

te falto el oro de los tigres de mecanica popular

pelado1961 dijo...

Caramba, uno no puede estar en todo.

Anónimo dijo...

fijate en el otro tigre de borges

Baja la piel espléndida

es :
Bajo la piel espléndida

saludos.
pd. luego podés borrar este comentario

pelado1961 dijo...

Ya está corregido, amigo/a anónimo/a.
Gracias por hacerlo notar!!

Pere Salinas dijo...

Hay una revista virtual que dirige el poeta valenciano Joan Navarro, donde tiene un apartado dedicado a los tigres poéticos.
Te pongo el enlace:
http://seriealfa.com/tigre/indextigre.htm
Un cordial saludo

pelado1961 dijo...

Gracias por el dato y por comentar!!!!

Saludos y bienvenido al blog.

Sandra Figueroa dijo...

Relacionando para un trabajo la poesía de Borges, Bustos (los patios del tigre) y Blake acerca de los tigres, encontré esta página.
Buenísima la recopilación de los poemas. Gracias !
Sandra

Itta dijo...

Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.

El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.

Desnuda te sumerges.
Espero.

Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.

Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.

Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.
Pablo Neruda.