En 1919, el mundo acababa de salir de una guerra sangrienta que se llevó a gran parte de sus jóvenes. La economía se tambaleaba. Las estructuras de poder se desmoronaban. Las religiones tradicionales no se mostraban coherentes. Todo era un caos.
¿Dónde encontrar respuestas, entonces? En el lugar donde estuvieron siempre: dentro de uno mismo. Así se lo dice con total claridad uno de los personajes al protagonista, en la fabulosa obra "Demian", de Herman Hesse: -
"-Muchacho -dijo con vehemencia-, también usted celebra misterios. Sé que tiene usted sueños de los que nada me dice. No los quiero conocer. Pero le digo una cosa: ¡vívalos todos, viva esos sueños, eríjales altares! No es lo perfecto, pero es un camino.
Ya se verá si nosotros, usted y yo y algunos más, somos capaces de renovar el mundo.
Pero debemos renovarlo en nosotros mismos, día a día; si no, nada valemos."
Ya se verá si nosotros, usted y yo y algunos más, somos capaces de renovar el mundo.
Pero debemos renovarlo en nosotros mismos, día a día; si no, nada valemos."
El protagonista, Emil Sinclair, recibe atónito esta revelación. Poco a poco irá encajando las piezas, hasta formarse un panorama bastante distinto del cuadro despreocupado e inmaduro con que suele pintarse la juventud.
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