domingo, 8 de junio de 2008

VIEJOS RECUERDOS Y UN LAPSUS


Como el Uruguay no hay: Viejos recuerdos

Un día, teniendo yo nueve años, volvía del colegio a casa en el transporte escolar (lo que aquí se llamaba "la bañadera"), como siempre. De pronto, el ómnibus quedó atascado al igual que el resto del tránsito, pues la avenida se pobló de una manifestación universitaria que abarcaba calles y veredas a lo largo de varias cuadras.

Al principio, las coloridas banderas y las consignas me llamaron la atención. Pero luego me asusté cuando los manifestantes aporrearon un rato la carrocería del bus, al tiempo que pintaban algo con un aerosol en su costado y nos gritaban cosas que no entendí.

Finalmente, tanto mi ómnibus como el resto de los vehículos fueron sobrepasados por la manifestación, que continuó su camino y nosotros el nuestro. Yo estaba deseando llegar a casa para contar la "aventura" que había tenido. Imaginaba la cara que pondría mi abuela cuando se enterase.

Pero no pude sorprender a nadie. Cuando llegamos a mi casa y bajé del bus, antes de contar nada, ya vi los ojos de mi abuela como platos, observando el costado del vehículo. Con grandes letras y una caligrafía no muy firme, el manifestante del aerosol había escrito:

"AQUI VAN LOS HIJOS DE LOS BURGUESES"

¿Burgueses? Mi vieja laburaba un toco de horas al día, para ser soporte principal de la casa. Mis abuelos capeaban el temporal con una jubilación de risa. No éramos ricos, por cierto. Pero me mandaban a un colegio privado, entendiendo que así iba a tener una mejor educación. Y en ese colegio yo era compañero de hijos de maestros, empleados públicos, comerciantes y, mayoritariamente, gente a la no le llovía el dinero.

Pero en ese Uruguay, donde la "revolución" se consideraba inminente en ciertos círculos, éramos todos unos asquerosos burgueses.

Como el Uruguay no hay: Un lapsus

Los otros días, a un ex ministro del actual gobierno se le escapó una declaración tan incómoda como si a alguien se le escuchara echar un sonoro gas involuntario en medio de una recepción en el Palacio de Buckingham. Y al igual que un pedo en palacio, tampoco tuvo arreglo.

Palabras más, palabras menos, el hombre dijo con “meridiana claridad”, poniendo incluso esa expresión de “sabiduría popular” a la que nos tiene acostumbrados, una verdad de Perogrullo: que a los ricos no es posible cobrarles impuestos.
En su jerga, que pretende ser canchera y esclarecedora, se refirió a las alternativas de inversión de las altas finanzas como “papelitos” que se mueven por sobre las fronteras, según la voluntad de sus dueños y tan anónimamente como sea necesario.
En consecuencia, no es factible meterles mano con fines impositivos.

¡Qué lapsus tuvo el hombre! Porque sólo eso pudo ser: un lapsus, un producto de la desatención momentánea. Es ese destello que dura un instante y que, por ejemplo, hace a un político decir una verdad. Como aquél que casi jura "por Dios y por la plata" en vez de "por Dios y por la Patria", ¿se acuerdan?

Ni los periodistas ni los opositores políticos repararon en el episodio. Y es que unos y otros son tan incisivos como un fideo cocido. No importa.
Lo interesante del caso es que la declaración del tipo, el acto fallido que se mandó, sirvió de disparador en mi memoria para traer a tema los viejos recuerdos que mencioné. ¿Por qué?

Para empezar, porque estoy seguro de que gran parte de aquellos furiosos universitarios que patotearon mi transporte escolar, hoy deben ser respetables profesionales, terratenientes o empresarios bien forrados. Incluso es probable que muchos hayan invertido en los "papelitos" que mencionaba el ex ministro, con lo cual (tal como el hombre expresó en su "gaffe") evaden fácilmente los impuestos.

Yo, en cambio, que pintaba para promisorio "hijo de burgueses" (según el graffiti, al menos), quedé en ciudadano de clase media, uno más de los giles que bancamos la "fiesta" de los políticos y los tecnócratas. Porque a nosotros es fácil meternos la mano en el bolsillo.

En los casi cuarenta años que transité entre aquel lejano niño y el hombre que soy hoy, vi muchas cosas extrañas: "batllistas" apurados por achicar el Estado, "nacionalistas" queriendo privatizar todo, "demócratas" que se prestaban a un golpe, "izquierdistas" alcahueteando al Imperio, "guerrilleros" devenidos en funcionarios inoperantes. ¿La Biblia y el calefón? Sí, todo junto.

Pero escarbando por debajo del palabrerío, las ideologías, las consignas, las divisas, la jerga técnica y todo, todo lo demás, una sola cosa me quedó clara: a ninguno le tiembla la mano cuando firman compromisos lapidarios para este país.

(Ilustración del post: el piso de la Bolsa de Valores de Nueva York, donde se negocian muchos "papelitos" y ningún discurso).

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